Mi época favorita del año empieza a mediados de noviembre. Y siempre empieza con el mismo ritual. Me refiero a la temporada navideña que inauguro siempre viendo Love Actually, la que para mí es la mejor película de Navidad que existe.
Creo que esta es, sin exagerar, la película que más veces he visto en mi vida. Y hasta ahora todavía no me he cansado de hacerlo. Y probablemente sea la película que más recomiendo ver. Cada vez que me entero de que alguien de mi entorno no la ha visto, insisto hasta que consigo que lo hagan.
Una de las claves de su éxito es la forma de plantear la película en sí. En lugar de contarnos una historia principal que se enriquece con secundarias, nos cuenta muchas historias igual de importantes e interesantes hiladas por el amor. Y precisamente el hecho de que muestren tantas historias de amor, en distintas etapas tanto de la relación como de la vida, hace que sea prácticamente imposible que los espectadores no se vean reflejados en alguna de las historias.
Pero además, la suma de todas estas historias resulta en un relato tierno, divertido y muy entretenido que llevan a que no podamos despegar los ojos de la pantalla.
En cuanto a los personajes tenemos de todo: carismáticos, tiernos, graciosos, odiosos, simpáticos… Es la parte positiva de un personaje coral, que hay para todos los gustos.
Love Actually nos ha dejado algunas de las escenas más icónicas que todavía a día de hoy, casi 20 años más tarde, sigue inspirando a creadores. Pero la de los carteles no es la única escena icónica de la película. Durante dos horas el largometraje nos deja muchos momentos para recordar que nos sacan una sonrisa.
El entorno navideño aporta un plus. Esta película es todo lo que queremos ver cuando ponemos una historia de Navidad. Amor, lagrimillas fáciles, momentos divertidos y un buen sabor de boca para cerrar.
Por todo esto, y muchas más cosas que seguro me dejo en el tintero, Love Actually es y será siempre una de las mejores películas de Navidad que existen.